
Subir montaña
arde en las piernas
salvajemente.
Reencarnación en piedra
Golpes en la madera me despiertan, ¿hace cuánto estoy aquí?.
La humedad es intensa y el aire es un perfume manchado, un parfum pollué.
Entre múltiples cantos de aves se manifiestan coches y personas, las personas hacen menos ruido y los coches compiten por atención.
¡Qué calor! Ha llovido agua hirviendo, sin prestar atención veo al vapor paseando entre árboles.
Pinos, mangos, almendros, corotúes... La palabra potpourri se queda corta.
Pequeñas pagodas blancas insinúan mis añorados paisajes como delirios tentadores, también calmos, también arbolados, frescos.
Alaridos casi electrónicos llaman mi atención, y una mierda de talingo me hace anuente de mi estado perpetuo; reencarnación en piedra, una intensa meditación, eternidad, tan frágil que tan solo mil lluvias erosionan mi base de mármol caído.
El sol me mira solitario desde su silla y me abraza sordo, incomprensible y necio.
La vida fue tan corta, ninguna otra roca lleva grabada años próximos, todas engañan. Aún así, mi máscara refleja un constante amanecer, la lluvia limpia la mierda y la hierba me da pistas.
Antes japonés, ahora Panameño, residente del parque, hasta nuevo aviso, cuando maquinaria pesada me desaloje arrancándome de raíz.
¡Sayonara!

Sobre las paredes
La máxima “Divide et impera” -Divide y domina- es el principio que en política, propone la división de grupos sociales para mantenerlos bajo control y evitar que se reúnan por un objetivo en común, dejando como resultado sociedades fragmentadas.
El 20 de Diciembre de 1989 deja un espacio devastado, y en la actualidad un Chorrillo olvidado, donde las paredes son cómplices de muchas historias perturbadoras: Represión, homicidios, violaciones, tráfico de armas, violencia intrafamiliar, adicción, entre otras barbaridades que condicionan el espacio. Detrás de esas paredes está la gente, esas personas a las que esos límites suponen proteger de los peligros del exterior, pero que a su vez permiten silenciosas que sucedan dentro.
Un entorno represivo es el caldo de cultivo perfecto para la ausencia de aspiraciones o anhelos personales, incentivos para vivir y aprender, y permite la proliferación inseguridades, dependencias, vulnerabilidad y tolerancia a abusos personales. Un núcleo familiar indispuesto a permitir el desarrollo de sus miembros, crea una cadena de decadencia intelectual que se hace cómplice del desdén, perpetuando así este ejemplo, que a su vez se normaliza, se hace común y se contagia.
¿Qué ciudad se ha estado edificando?
Hecha de paredes criminales, de edificios vacíos, de complicidades extendidas, ciudad donde el contraste entre riquezas y pobreza se pierde entre lo normal. El país más rico del mundo, aún así, pobre. Dice la canción “Plástico” -del disco Siembra- de Rubén Blades: “Era una ciudad de plástico de esas que no quiero ver, De edificios cancerosos y un corazón de oropel”. Parece que estamos siendo condicionados a pensar que las divisiones sociales son merecidas, que los problemas que en estos espacios olvidados habita son su problema, y no el de una sociedad entera. Condicionados a ver lo que quieren que veamos, paredes, caras construidas por problemas impuestos, por indiferencia social y abuso de poder, pero detrás de las paredes hay voces, y como dice la canción: “Pero señoras y señores, en medio del plástico, también se ven las caras de esperanza”.
Palabra originada en el latín “paries”, pared, alude a una estructura física o mental, alta y plana, capaz de separar o dividir un espacio de otro.
¿Seguiremos permitiendo que nos dividan?

El río ríe
cuando entra en tu ser
sin contaminar.
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Ilustración con agua del río Matasnillo sobre papel Ph casero

SED
En el centro de la ciudad de Panamá habían ríos, algunos estaban compuestos en su mayoría por quebradas que aparecían en recovecos metidos en lo que hace mucho era un matorral. Ríos como los que visitábamos al escapar de la ciudad y sus quehaceres, para conectarnos con la naturaleza respirando su aire fresco, mientras tendíamos chorizos en las brasas a todo volumen, entre tapas, botellas, latas, cartuchos, toallas sanitarias y todas las creaciones materiales de nuestra invención; estas eran nuestras humildes ofrendas a la naturaleza.
Nos resultaba fácil el acto de consumo ignorando los recursos que se utilizaban para crear los productos que nos vendían. El concepto de contaminación no era asimilado ni siquiera en las peores condiciones, donde el desenfreno estaba por encima de nuestra propia salud. Podíamos coexistir con “eso”. Y fue así como ríos enteros se llenaron de neveras, aceite de cocina usado, baterías y llantas de todo tipo de vehículo. Catálogos de marcas impresas que dejábamos como rastro de nuestro delirio.
¿Qué estábamos alimentando?
Algo en nosotros era insaciable, algunos le llaman ansiedad, otros apetito, necesidad, costumbre o gusto. “Eso” en la botella, “eso” en la caja, “eso” de mi marca favorita. Habían fábricas enteras consumiendo luz, generando una huella de carbono, empleando personas y produciendo productos para ti. Yo que justificaba su existencia.
Comíamos menestras gringas, salsas chinas, harinas italianas y carnes secas traídas de españa. Eliminábamos el 99.9% de las bacterias en casa. El mundo era inmune a nuestra sed.
Un delirio se disfrazaba de necesidad y compra. 15 años después el recurso se limitaba, subía su precio. 5 años después el recurso se agotaba, pero la necesidad exigía. Las cosas en detrimento dejaron de ser lo que eran "antes”, se hicieron efímeras. Le dimos cuerpo al demonio.
El río Matasnillo, fue una vez el segundo río más contaminado del país, después del río Curundú. Sus niveles de toxicidad sobrepasaban quinientas veces el límite planteado, y fue la contaminación por desechos y residuos químicos. Nacía en medio de la ciudad, en el corregimiento de Bethania y cruzaba hasta la Bahía de Panamá atravesando un área industrial. Aquellas fábricas que producían nuestros desinfectantes eran las que lo infectaban. Terminaba su cauce transformado en otra cosa, en un demonio que se adentraba al mar.
Y nos tocó rogarle gotas como favor.
Aquí, Ahora
Hemos sido invitados a un lugar del que no dejo de escuchar comentarios. Por aquí y por allá, se habla de un sitio donde parece que el espíritu es reanimado, donde los visitantes entran dormidos y salen despiertos, como si se llenaran de almas expectantes que habitan el lugar, almas de otros tiempos y espacios que deciden salir de su sitio solo si encuentran al personaje indicado.
“EAG” me dijeron. ¿Dónde está? -pregunté-, nadie supo contestar y me aplastaron miradas apaciguantes, como si cuestionarlo fuese solo de cobardes. De inmediato nos pusimos en marcha.
Dorados y tonos añejados se elevaban en medio de la oscuridad, el ambiente no tardó en hacerse notar y las voces aglomeradas entraban a mis oídos como mensajes místicos, el aire tenía cuerpo hipnótico e invitaba a relajarse, de inmediato mis músculos asimilaron el ambiente y la música dominaba al cuerpo mientras la psiquis contaba historias y comenzaba a reír como si fuese una sensación olvidada y redescubierta.
¿Qué es esta sensación? -pensé-, el reloj se ha detenido, las preocupaciones se desintegraron… Mi brújula se averió, ¿Quién soy?.
Sin máscaras, volteaba a mirar y éramos todos el mismo ánima: risueños y festivos, levantando brebajes al brindar por la salud y la amistad, hemos comido como reyes y compartido al son de los instrumentos del frenesí. ¿Será que estamos muertos?
No se percibía la vida, sino que éramos la vida en sí misma, sucediendo una y otra vez de manera espléndida.
Para "El Amansa Guapo" Pub Panameño (2017-2020)
